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Monday, April 26, 2010

P A R D O

Benito bajaba malhumorado por el “boulevard”. Esa noche había llovido lo suficiente como para que la mitad de los cartones que le servían de refugio nocturno se hubieran calado. Los cartones secos los había dejado arrimados a la pared del soportal, allá arriba del barrio.
Hacía tiempo que no pensaba en otra cosa: El día que había perdido su chabola y todos sus enseres en los bajos de Coslada, con la riada, dónde no tenía problema para que la pensión de doscientos euros le llegara para comer durante todo el mes. Le prometieron una indemnización. En medio año no había llegado nada. Y eligió vivir en la calle, y poder comer, a morir en una habitación de alquiler sin nada que comer. Tenía sesenta y cinco años y el último mes se veía reflejado en los cristales de las tiendas como un indigente de noventa. Su abultada barba goteaba por todos lados.
.- ¡Esta maldita lluvia! -, se quejaba repetidamente.
Al pasar por la iglesia dudó un momento de pedir algo en Cáritas, pero no se consideraba lo suficientemente creyente como para que los curas le ayudaran. En estos pensamientos estaba cuando escuchó una especie de gemido. Miró a su alrededor y no vio nada; pero volvió a escuchar el gemido. A su derecha un camión de chatarra blanco. Y nada más. Se detuvo. Agudizó el oído y sin el ruido de sus pasos por el agua, el gemido era insistente y continuo. Por fin se agachó.
Debajo del camión un “bebé” de gato, de color pardo, gemía y gemía.
Le dio mucha pena, pero se incorporó para seguir su camino hacia la churrería donde, a veces, alguien le invitaba a un frugal desayuno.
Casi iba a cruzar la siguiente bocacalle cuando miró hacia atrás. Se dio media vuelta pensando que si dejaba al gatito al lado del bar, quizás alguien le recogería.
Le costó llegar hasta el animal pero éste no opuso resistencia cuando se vio arrastrado por una patita. Lo cogió, incorporándose, y lo intentó secar con su chaquetón también mojado.
Al pasar por un portal, oyó a Ibrahim decirle a Nkono:
.-¡Mira!, ¡un cachorrito de gato!-.
Benito se paró y , sin más, les dijo a los chavales:
.-¿Lo querèis?-., y para hacer mas atractiva su propuesta continuó: -Yo…, apenas le puedo dar de comer-.
Nkono, un muchacho de Mali, qué había venido en patera con su padre, y era huérfano de madre le miró. Ella murió en el trayecto de varias semanas hasta el puerto de Los Cristianos, tres años atrás. Tras pasar a la península se había quedado en el barrio desde entonces, y saltó:
.-¡Oye, Ibrahim!, ¿no quería Bea un gatito?-.
.-¡Es verdad!-. y se acercó a Benito.
El pobre indigente vio el cielo abierto. Le entregó con cuidado a Ibrahim, un nigeriano de ascendencia, con nacionalidad española y gritó:
.-¡Busquemos a Bea!-. Y corriendo, llevando pegado a su espalda a su amigo de piel morena, entraron en la parcela.
Benito sintió unos sentimientos encontrados. Desde hacía tiempo no había tenido algo con lo que encariñarse durante unos segundos. Pero el final le pareció correcto. … Y siguió su travesía bajo el agua.
.-.-.-.-.
.-He dicho que no quiero un animal tiñoso en mi casa-, le dijo a Bea su madre en tono asertivo. La niña, no acostumbrada a discutir con su madre que, a la sazón, le sacaba treinta y cinco años, contestó:
.-¡Si no es tiñoso! ¡Simplemente es pardo!-.
.-¡He dicho que no, y es no! ¡Se acabó la discusión-, contestó la madre que por nada del
mundo quería tener un “bicho” en casa.
Bea bajó la mirada y, sin despedirse, abrió la puerta de la casa y bajó las escaleras para darles la mala noticia a sus amigos.
Estos escucharon a Bea y cabizbajos miraron al pobre animal que necesitaba un poco de leche como el comer, nunca mejor dicho.
La melena de Bea, con sus quince años, tapaba un poco al gato.
.-¡Ya sé que vamos a hacer!-, se revolvió la adolescente en su cabeza. –Vamos a dejarlo cerca del soportal, con su casita de plásticos para que pase las noches. Y todas las mañanas, mediodías y noches le bajamos de comer. Así si alguien le ve, igual se lo queda-, dijo toda decidida.
Ni Ibrahim, ni Nkono vieron el más mínimo problema en la proposición. En menos de media hora las dos cabezas de pelo corto y rizado idearon y construyeron la casita del gatito. Y le pusieron hasta una mantita.
.-.-.-.-.
Lo sorprendente del caso era que el animal fue creciendo mes tras mes y no abandonaba su pequeña gatera. Y, por ende, los vecinos se fueron acostumbrando a ver a ese gato pardo a la puerta del vecindario.
El aprendió poco a poco a buscarse la vida por los alrededores, pero no faltaba a su cita con las comidas. Sólo tenía un problema. Un San Bernardo al que tenía pánico cuando lo divisaba en lontananza.
Con los demás canes se defendía, pero ante la visión de tan tremendo “monstruo” sólo le quedaba una alternativa: ¡Huir!
Benito, esos meses, cuando se acercaba por el barrio, se entretenía haciéndole carantoñas y el gato le correspondía siguiendo sus pasos jugueteando con los pies, de lado a lado.
Los tres adolescentes disfrutaban de su compañía y, poco a poco, se hacían a la idea de que “Pardo” era su gato.
Siguió pasando el tiempo. Los vecinos asumieron que ese gato tenía dueños, y así quedó la cosa.
.-.-.-.-.
Cierto día en que Benito disfrutaba de la compañía de “Pardo” y se disponía a cruzar un paso de cebra, el gato vislumbró a lo lejos la figura del San Bernardo.
Por la acera de enfrente, la madre de Bea arrastraba delante suyo un carro lleno de compra recién adquirida. Ella iba echando las cuentas de lo comprado para cerciorarse de cuánto le quedaba. Quizás esa tarde pudiera ir a la peluquería.
De repente, cuando Inés, que así se llamaba la madre de Bea, introdujo su carro en el paso de cebra; todo ocurrió.
Un coche deportivo a gran velocidad creía poder pasar delante de la señora girando un poco el volante en el paso de cebra, y su bramido se vio semitaponado por el maullido de “Pardo”, qué huía veloz tras ver a su “monstruo”.
La mujer salió de su ensimismamiento y se quedó paralizada justo en el momento en que iba a dar un paso fatídico frente al coche que se le echaba encima.
“Pardo” no tuvo tanta suerte. El peligroso San Bernardo se convirtió en el “peligroso” “Ferrari”. Y, con la mirada fugaz de los gatos, se detuvo entre las ruedas debajo del chasis del auto, con las patas pegadas al suelo, pero sintiendo un tremendo dolor en su cola. El maullido se escuchó a la par que el frenazo del coche.
El alboroto subsiguiente entre Inés y el conductor, dejó a Benito en la expectativa de ver qué había sido de “Pardo”.
El gato tenía el rabo roto, y sangraba a un par de metros de donde había parado el coche.
Inés mandó a la mierda al joven conductor imprudente y vio la escena, con Benito recogiendo al dañado animal.
A esas horas de la mañana pasaba poca gente y los pocos viandantes miraban curioseando la escena, pero no querían problemas. Así las cosas, Inés se acercó a Benito que no salía de su “shock” y gimoteaba: .- ¡Mi “Pardo”!, ¡mi “Pardo”!-.
Inés reflexionó y se dio cuenta de que si el gato no hubiera recorrido la carretera horizontalmente, ella hubiera sido la atropellada.
Cogió el móvil y llamó al ciento doce. Benito no salía de su “shock”.
Le dijo a éste que no se fuera de allí y que no se separara del gato; que, en seguida, ella volvía.
Dejó la compra en un bar cuando un coche de Policía Municipal se paraba en el lugar.
Los agentes vieron el estado de Benito y llamaron al SAMUR.
Ella cogió al gato y se lo llevó a la Clínica Veterinaria.
Su pelo podría esperar otra semana, pero el gato necesitaba que le curaran la cola.
.-.-.-.-.
Benito encontró en los Servicios del Samur toda la asistencia. Le internaron en un lugar donde podría pasar el resto de su vida sin inquietudes. Aún recordaba la chabola de Coslada. Pero ésto era un palacio.
Bea, Ibrahim y Nkono, al no ver al gato a mediodía pensaron que hasta allí había llegado su historia; y que alguien se había llevado a “Pardo”.
Cuando Bea llegó a su casa, cariacontecida, se llevó la sorpresa de su vida, al ver al gato saltarle a los brazos tras atravesar ella la puerta. También vio su rabo vendado.
La madre le contó cómo “Pardo” le había salvado la vida.
Con el gato en brazos bajo a buscar a sus amigos.
Ese día “Pardo” tenía comida de lata para ahuyentar su ajetreada mañana.
.-¡Nos lo quedamos!, ¡ha dicho mi madre que nos lo quedamos!-, no paraba de decir la hermosa niña rubia del bloque, a sus variopintos amigos.


- F I N –



ZOL, 50 años. Nacido el 10 de Enero de 1.960










HABLA UN LUGAR CASTELLANO
Habla un lugar castellano,
que madrileños ya somos
desde que lo de “pueblo”
tornó a hacernos ciudadanos.
Un lugar donde los niños
y los abuelos del “Pueblo”
volvieron con sus canciones
a alegrar todos los cantos.
No me sujetan estrofas
como me sujeta “el barrio”.
Desde el rincón Sur-Oeste,
donde rompen vientos ralos,
las lavanderas del parque
van buscando su sustento
entre migajas de bares,
comida “en sobras” y panes.
“Pájaro Esperanza” llamo
a tanto centinela alado.
Desde el mirlo a los gorriones,
Desde el halcón a la urraca
(incluso al gastar su broma
de acusar a los caninos
de vaciar papeleras,
de ensuciarnos con “lo insano”).
Desde la risa del/la niño/a
a los abuelos/as “en cielo”
queda gente acostumbrada
a quedarse en este barrio.
Ya no sobran descampados.
Y en su lugar van creciendo
olmos, pinos y madroños.
Algunas veces los gatos
despiertan con sus maullidos
a parte del vecindario,
qué, echando “alas” de tarde
despiertan a la ciudad
con sus estruendos de coches,
y algún pensamiento raro
que nos lanza hacia las calles.
Del “albor” viene Vicálvaro
y del nombre de Bernardo
viene un valle sano y alto
que limita con el campo.
Algún conejo se cuela
desde el Cerro de Almodóvar
a decirles “libertad”
a los animales cautos
que citan con su comida
estar aquí “de encerrados”.
De la Vicalvarada
se reparten los caminos
que, sin muchos avatares,
hacen que salgas del barrio.
No es protesta mi cordura
de pedir para este lado
que los jardines y parques
sean nuestros “bien cuidados”.
No tengo más que decir
que tan solo cinco años
me han llevado a convivir
con las razas, todas ellas,
y, ¿por qué no?, con los payos.

19/02/2010

“EL PICHI”. 50 años. Nacido el 10 de Enero de 1960.